viernes, 30 de mayo de 2008

REFLEXIÓN SOBRE LA INVESTIGACIÓN NARRATIVA

Leandro Garzón Agudelo

Estudiante de la Licenciatura en Educación Básica
con énfasis en Humanidades, Lengua Castellana.
Facultad de Educación, Universidad de Antioquia.



Hace unos días asistí a la conferencia de la profesora Diana Jaramillo La investigación narrativa: un ejemplo en investigación en educación matemática. Allí no sólo recordé muchos de los autores y conceptos que conocí en la asignatura Proyecto didáctico de investigación como Lauro Zavala, Elisa Dávalos, Jorge Larrosa o Antonio Bolívar Botía, sino que también conocí otros nuevos como Clandinin y Connely. En realidad se dijeron pocas cosas nuevas; nada distinto a lo ya discutido en las aulas del pregrado.

Al tratarse de una exposición sobre una experiencia basada en un tipo de investigación del que tan poco se conoce en el país, tenía centradas mis expectativas en la descripción de la experiencia en sí; quería escuchar cómo se llevó a cabo el proyecto; cómo se trabajaba desde ese punto de vista; qué presupuestos se necesitan, etc. Finalmente, aunque muchos de estos aspectos no se ampliaron tanto como esperaba, me quedaron claras dos cosas en las que ya había pensado desde Proyecto didáctico de investigación, a saber: la complejidad de la investigación narrativa en lo metodológico y en el momento de presentar productos finales (texto escrito con claras fortalezas narrativas) y, además de eso, el tiempo necesario para que la experiencia sea realmente compartida con los sujetos con los que se investiga, aspecto que, sabemos, no se adapta a las fechas de los calendarios escolares.

Basado en estos dos factores que acabo de mencionar, no creo que pueda hacerse una verdadera investigación narrativa en el pregrado. En primer lugar está el asunto del tiempo: la práctica profesional en la Facultad de Educación con sus condiciones particulares no propicia un contacto con los sujetos que pueda ser considerado un auténtico compartir de experiencias. Los maestros en formación dictamos nuestras clases y permanecemos en las instituciones el tiempo estrictamente necesario. El conocimiento de los sujetos que “investigamos” queda reducido a 4 horas semanales con grupos de hasta 50 estudiantes. ¿Podrá hablarse de conocimiento de los sujetos en esta situación? En segundo lugar, hemos de aceptar que la complejidad de la metodología exige ciertos dominios que los estudiantes de pregrado, a pesar de leer literatura y hacer decenas de trabajos escritos durante la carrera, no tenemos en el nivel que lo exige una investigación de esa categoría.

De todas formas es conveniente dejar claras algunas salvedades: lo anterior no quiere decir que en el pregrado no se puedan llevar a cabo ciertos ejercicios de investigación narrativa; aproximaciones, como resultan ser todas las tesis de pregrado. El problema radica en darle el nombre de investigación narrativa a lo que no lo constituye en sentido estricto. Ahora, creo que son necesarios muchos años de trabajo y experiencia (este término no se nos puede olvidar) para comenzar a hablar de una investigación narrativa. Estoy de acuerdo con que hoy nuestra facultad y nuestro programa cuenta con personas comprometidas en este tipo de investigación; gente que ha leído mucho al respecto y está bien fundamentada. Lo que corresponde ahora es construir experiencia, y para eso es importante ser prudentes.

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